
Las protestas saltan de Los Ángeles al resto de EEUU mientras Trump pone a prueba la tolerancia al autoritarismo 5hk3g
La excusa de la inmigración ilegal, decreciente en California, ha servido a Trump para ajustar cuentas con su pasado y atacar al gran bastión electoral del Partido Demócrata y la cuna de los valores “woke”. Mientras, las protestas se extienden a otras ciudades de EEUU. 677215
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El mandato de Donald Trump es una serie de espinas clavadas. Por ejemplo, siempre vivió como una derrota el hecho de que no pudiera desplegar a la Guardia Nacional para evitar las manifestaciones, en ocasiones violentas, del movimiento Black lives matter de la primavera de 2020. Trump intuía que las protestas relacionadas con la muerte violenta de George Floyd en la ciudad de Mineápolis, a manos de unos agentes de policía, se iban a volver en su contra. Y no solo por el lado de la opinión pública demócrata, que era la que menos le importaba. 4j5w44
Estados Unidos, como el resto del planeta, vivía aún los peores meses de la pandemia del Covid-19, una pandemia cuya gestión dejó más que una duda. Para los partidarios de la seguridad y del doctor Anthony Fauci, las medidas estaban siendo demasiado suaves. Para los partidarios del libertarismo y de la decisión individual por encima de la del estado, estaban siendo demasiado restrictivas. Entre estos últimos, lógicamente, había muchos votantes republicanos.
Al descontrol de la sanidad se le sumaba de repente el descontrol de las calles: las imágenes de tiendas saqueadas, automóviles ardiendo y manifestantes armados con palos sin nadie que se les opusiera llenaron los informativos. Todo lo contrario a lo que Trump había vendido siempre y lo que estaba vendiendo para su reelección: firmeza en el cumplimiento de la ley y el orden. Autoritarismo. Poder. Viendo la situación, Trump se decidió a desplegar a la Guardia Nacional, el cuerpo del ejército estadounidense encargado de mantener la seguridad en el país en caso de emergencia.
Sin embargo, sus asesores lo impidieron in extremis. Mark Esper, secretario de Defensa en aquel momento, convenció al presidente de que dicho despliegue podría suponer una mayor tensión en las calles y que lo mejor era dejar que las protestas se diluyeran con el tiempo. En términos similares se expresó Mark Milley, el presidente del Estado Mayor conjunto de las Fuerzas Armadas. Trump siempre ha pensado que debería haberse guiado por su instinto. Al menos, algo aprendió de aquel incidente: no hay que rodearse de gente que te pueda llevar la contraria.
La inmigración como señuelo w4h4a
De ahí que en los menos de cinco meses que lleva de nuevo en la Casa Blanca, Trump haya querido escenificar su autoritarismo con medidas completamente desproporcionadas. Nombró a Elon Musk director del DOGE y le encargó el despido de decenas de miles de funcionarios públicos con el único fin de causar el pánico en la istración —no está claro aún si realmente se llegó a ahorrar dinero con dichos despidos o si lo que costó dotar al DOGE de medios para ello estuvo por encima incluso de lo recortado—, reivindicó su derecho como presidente a declarar una alarma nacional contra la inmigración y aseguró a través de sus distintos portavoces que Estados Unidos estaba siendo invadido.

Continúan las protestas contra las redadas federales contra inmigrantes en Los Ángeles. Reuters
La excusa de la invasión inmigrante serviría para declarar el estado de guerra y asumir todos los poderes, por encima de lo que indiquen los jueces y el Congreso. En sí, esto ya sería peligroso, pero la oportunidad se ha presentado antes de tiempo y Trump la ha aprovechado: unas minúsculas protestas en California, concretamente en la ciudad de Los Ángeles, han servido para que el presidente organice su propio conato de guerra civil y pruebe sus fuerzas. Pronto, sabrá hasta dónde puede salirse con la suya.
Porque el caso es que lo que está sucediendo en Los Ángeles y en muchas otras ciudades de California no tiene nada que ver con la inmigración. Según los datos del Pew Research Center, de 2024, el estado gobernado por el demócrata Gavin Newsom ha visto cómo la inmigración ilegal se reducía en 120.000 personas en el período 2019-2022, el último del que hay estimaciones oficiales. Donde realmente se ha disparado la inmigración ilegal es en los estados de Florida y Texas. Ambos tienen gobernadores republicanos.
Las protestas contra redadas se extienden por EEUU.
El movimiento MAGA contra su gran enemigo cultural 4v4v1i
Elegir a California como cabeza de turco tiene como objetivo mandar un mensaje al Partido Demócrata y a sus votantes: estáis bajo peligro y podemos hacer lo que queramos con vosotros. Hay que recordar que la autonomía estatal en Estados Unidos es sagrada, cualquier comparación con España se queda en nada. Trump ya se saltó todo tipo de leyes federales enviando sin juicio a inmigrantes —y nacionales— a cárceles de El Salvador de donde no se sabe cuándo van a salir y quiere ahora aumentar el shock al resto de la ciudadanía.
Cebarse con California tiene, aparte, atractivos internos. El movimiento MAGA odia todo lo que significa California y no es una cuestión partidista. En California, ha habido gobernadores republicanos de relumbrón, aunque en las elecciones presidenciales se decante siempre por los demócratas. Allí, empezó su carrera como político ni más ni menos que Ronald Reagan, en los años sesenta. De 2003 a 2011, el cargo lo desempeñó otro actor, Arnold Schwarzenegger, también representando al Partido Republicano, por entonces encabezado por George W. Bush.
MAGA odia todo lo que tenga que ver con California porque odia la modernidad, odia la tecnología y odia —en el caso de Steve Bannon, desde luego— las medidas económicas de los gobiernos de George W. Bush. California es el estado woke por excelencia y hasta cierto punto se puede decir que siempre lo ha sido. California es la riqueza y la exuberancia frente al desplome industrial de los Míchigan, Pensilvania, Wisconsin, Ohio o Minesota y el conservadurismo racista aún demasiado presente en Montana, Alabama, Misisipí o Luisiana.
La impotencia del gobernador Newsom n46o
El envío de la Guardia Nacional a California supone, a ojos de muchos votantes de Trump, un castigo a los impuros. Hay algo de arrasar Sodoma y Gomorra en lo que está haciendo el Gobierno federal, mientras culpa a Newsom con datos falsos y acusaciones infundadas. El gobernador californiano habla abiertamente de “abuso manifiesto de poder” y no está lejos de la verdad. Las milicias de la América profunda, las que ahora llevan gorra roja como quien llevaba antes una camisa parda, llevan anunciando durante más de tres décadas, antes incluso de la llegada de Bill Clinton al poder, la inminencia de una guerra civil.
Ahora, tienen un gobierno que los escucha. Ahora, por fin, se puede cumplir el sueño americano de unos pocos frente al Sueño Americano de todos, tal y como se concibió en los siglos XVIII, XIX y XX. Ahora, también, veremos hasta qué punto quiere apretar el nudo Trump. Dónde parará. Se ha sacado un escándalo prácticamente de la nada y puede lograr su gran objetivo de que este se propague y por lo tanto sus medidas preventivas se conviertan en profecías autocumplidas.
Las protestas se han extendido a ciudades de Carolina del Norte o incluso a Saint Louis, el emblema del progreso en el siglo XIX. Mientras, siguen las redadas policiales contra inmigrantes, con una violencia excesiva, propia de otros regímenes, y sin atender a su legalidad o no. Primero detienen y luego preguntan. Los marines siguen con sus entrenamientos, a la espera de entrar en acción en una ciudad, Los Ángeles, que, al menos este miércoles, parece haber vuelto a la calma.
En el pasado, los gobiernos autoritarios forzaban conflictos con países extranjeros para reforzarse de cara al interior y unir a la comunidad nacional en torno a sí mismos. A Trump no le hace falta buscar fuera lo que ya tiene en casa: las pasadas elecciones indicaron que el voto trumpista está en emergencia en Nueva York. Pronto, puede ser que MAGA controle la capital del mundo. Queda, por lo tanto, California. Y ya está más que avisada. De la capacidad del resto del país y de sus instituciones de plantar cara al autoritarismo dependerá el futuro de esta república de Weimar moderna. Los antecedentes no son halagüeños.