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Antonio Muñoz Molina: "Leer y escribir con dedicación se está volviendo revolucionario" 424c6l
El escritor publica 'El verano de Cervantes', un libro en el que hace memoria de su quijotesca pasión lectora. 57222z
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Convencido de que el estío es el momento mejor para releer Don Quijote de la Mancha, porque es cuando suceden sus desventuras y porque tenemos tiempo para disfrutarlo desde la iración, el misterio y el asombro, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) publica esta semana El verano de Cervantes (Seix Barral), suma de lecturas, vida y pasión.
Dedicado a Elvira Lindo, "que pertenece al linaje de las mujeres apasionadas y valientes de Cervantes", este libro permite al escritor hacer memoria de su quijotesco pasado lector. Recuerda, por ejemplo, que encontró su primer Quijote en el fondo de un baúl que estaba en el pajar de su abuelo.
Era un ejemplar de la editorial Calleja de 1881 y "las tapas tenían una rudeza de cartón muy gastado en los cantos". Su papel no era blanco sino amarillo, con los bordes quemados y el olor de la guerra civil, pues su abuelo lo salvó del incendio que destruyó la biblioteca de los marqueses de Úbeda. Nacía entonces una pasión que jamás ha abandonado al escritor.
Pregunta. Del mismo modo que afirma en el libro que el Quijote es el resultado de la vida entera de Cervantes, ¿es El verano de Cervantes el fruto de toda una vida de lector y de escritor? ¿Es el libro de su vida?
Respuesta. Suena muy fuerte decir "el libro de mi vida", pero en cierto sentido es verdad: es el libro de alguien que lleva toda la vida leyendo Don Quijote, leyendo y escribiendo novelas, reflexionando sobre el arte de la novela, queriendo aprender a escribirlas.
"Del 'Quijote' me seduce su humanidad profunda, su sentido del humor, la amenidad de sus aventuras"
P. ¿Qué fue lo que entonces le sedujo del libro, y cómo se fue convirtiendo en el que más veces ha leído, y que sigue leyendo, descubriendo siempre matices nuevos?
R. Creo que su humanidad profunda, su sentido del humor, la amenidad de sus episodios y aventuras. De niño, lo que también me sedujo es que el mundo que describía –la sociedad agrícola de La Mancha– se parecía mucho a la de mi tierra de Jaén.
P. ¿Cuál es la edición que más añora, quizá la de Calleja o la que le acompañó cuando hacía el servicio militar? ¿Cuál recomienda al lector que aún no se ha aventurado con el libro?
R. Una cosa que yo no soy es bibliófilo. Tengo ejemplares muy queridos de libros, pero casi nunca por su valor objetivo, sino por la importancia que tienen para mí. Conservo el que leía en la mili, y unos cuantos más, por pura afición, entre ellos uno que me regaló mi hija Elena cuando tenía diez años, dedicado con su letra infantil.
»Para empezar la lectura, la edición de Alianza de Florencio Sevilla es muy buena, pero por desgracia las hojas se van desmoronando a medida que se lee, lo cual es un poco vergonzoso. Recomendaría la de Cátedra, de John Jay Allen, con notas medidas y pertinentes y una estupenda introducción. Y en dos tomos, por supuesto.

Antonio Muñoz Molina en El Retiro. Foto: Carmen Suárez
P. De todas las interpretaciones que se han hecho de la novela de Cervantes, ¿cuál le parece más absurda o asombrosa: la del origen converso del escritor, la de su homosexualidad, la del complejo de Edipo del Quijote, la del símbolo de la España del 98...?
R. El absurdo no tiene límites: también hay interpretaciones esotéricas, místicas, etc. Es como ese test de la mosca, en el que todo el mundo ve lo que quiere ver.
P. Si cada uno hace un Quijote a su medida, ¿cómo es el suyo?
R. Me gustaría que no fuera "a mi medida": que fuera una lectura lo más cercana posible a la materialidad de la narración cervantina. No imponer una visión mía sobre el texto, sino procurar apreciarlo en toda su riqueza, teniendo en cuenta la época en la que fue escrito y las circunstancias particulares de la vida y la educación de su autor. Hay que esforzarse en recordar que Cervantes es un escritor de principios del siglo XVII, no un contemporáneo nuestro adelantado.

Antonio Muñoz Molina en El Retiro. Foto: Carmen Suárez
P. En el libro recupera además la memoria del lector del Quijote que siempre ha sido, da la palabra al novelista y crítico que es, y también a lectores apasionados por el clásico como Melville, Thomas Mann, Joyce, George Eliot...
R. Me gustaría sobre todo dejar constancia del efecto concreto y perfectamente documentado que la novela ha tenido a lo largo de los siglos sobre autores fundamentales en esa tradición narrativa. No elucubrar sobre influencias, sino atestiguar ejercicios de lectura, y resonancias identificables: qué dijeron Stendhal, Flaubert, Melville, George Eliot, Faulkner, Mark Twain, y cómo en personajes y situaciones de sus libros es evidente la huella de Cervantes.
P. ¿Qué relación tiene el Cervantes del Quijote con Montaigne, Caravaggio y Velázquez?
R. Creo que la determinación y el instinto de observar lo real: a los seres humanos concretos, en particular los menos celebrados por las artes, y en observarlos con precisión y compasión –dejando aparte una suprema calidad estética en todos los casos–.
"Cervantes sentía la amargura de no ser apreciado como poeta y de no haber mantenido el prestigio como autor teatral"
P. ¿De qué manera, si Cervantes hizo el libro, también el libro lo hizo a él? ¿Fue "aprendiendo sobre la marcha"?
R. Eso lo dice Montaigne de su propio libro. Cervantes, cuando publica la novela de 1605, es un escritor que se siente relegado, con motivo, desde luego. Su único libro publicado hasta entonces, La Galatea, no le había deparado mucho crédito, y él sentía la amargura de no ser apreciado como poeta y quizás sobre todo de no haber mantenido el prestigo como autor teatral, postergación que él achacaba a la primacía arrolladora de Lope. Aprendió sobre la marcha, desde luego, porque no tenía un modelo previo al que ajustarse.
»El éxito de 1605 le dio seguridad pero no la suficiente: era un éxito sobre todo comercial, sin lustre literario, porque el lustre literario entonces lo daba la poesía épica o heroica. Por eso se pasó tantos años queriendo completar Persiles y Sigismunda, que él pensaba que le daría el crédito intelectual y literario que no podía obtener con una obra de risa, como era Don Quijote.
P. Leer bien, escribe, "es una tarea de máxima exigencia". ¿No es eso, la exigencia, el sosiego, lo contrario que parecen demandar estos tiempos de prisas, de obras de consumo rápido y más rápido olvido?
R. Pues sí. Leer y escribir con plena dedicación son dos tareas o dos pasiones que se van volviendo revolucionarias.
"Trump y Netanyahu saben que cuanto más horrores acumulen, más paralizador será su efecto"
P. Y hablando de prisas: ¿no le asombra lo rápido que olvidamos las tragedias que se desarrollan casi a nuestro lado (Gaza, Ucrania)? ¿Qué dice de nosotros esa indiferencia?
R. Hay un desbordamiento de la crueldad y la injusticia en el mundo. Trump y los suyos, incluido un autor de crímenes contra la humanidad como Benjamin Netanyahu, saben que cuanto más horrores acumulen más paralizador será su efecto sobre las conciencias. Tendremos que aprender a no callar y a organizarnos en la medida de lo posible para ofrecer al menos algo de resistencia contra este espanto que parece capaz de tragarnos a todos, incluso a quienes lo provocan.
P. También resulta asombrosa la precariedad de los jóvenes, cómo a pesar de poder tener un sueldo, muchos no llegan a fin de mes. ¿Hay que reinventar quizás el concepto mismo de trabajo?
R. Hay que cambiar radicalmente el mundo, así de simple, y no solo porque este de ahora sea injusto, sino porque además es insostenible, en muchos aspectos, incluido el climático. Un mundo en el que el consejero delegado de una empresa gana 400 veces más que un trabajador de base, y en el que la economía se basa en la explotación despiadada de las personas y de los recursos no puede durar.
"Sin el espíritu de concordia de la transición estamos condenados al envilecimiento político y humano"
P. ¿Qué ha pasado con ese espíritu de la Transición que tendía al diálogo? ¿Cómo hemos llegado a este encanallamiento general de la vida pública azuzado por las redes?
R. Fue un tiempo muy breve, y mucho más convulso de lo que ahora recordamos. Pero está claro que sin ese espíritu de concordia estamos condenados al envilecimiento político y humano. Puede que las redes sociales estén destruyendo no solo los cerebros de quienes las usan sino el tejido mismo de la democracia.
P. Ahora que ha muerto su perrita Lola, recuerdo haber leído cómo la sacaba de paseo durante la pandemia. Dado que no nos hizo mejores, como pensábamos, ¿qué cree que aprendimos de esa tragedia, quizá hizo evidente la necesidad de cuidar la salud mental?
R. Mi pobre Lolita y yo pasábamos horas furtivas dando vueltas durante las noches de confinamiento, haciéndonos compañía. Una noche tropecé y me caí y ella se quedó a mi lado quieta y paciente mientras me recuperaba de la caída, en aquella soledad de Madrid. Aprendimos, o pudimos aprender, que sin la sanidad pública, la fuerza del Estado, la fraternidad cívica, el trabajo de la gente menos protegida –sanitarios, reponedores de supermercado, etc.– no somos nada. No sé si ese aprendizaje habrá servido.
P. ¿Cuál es su secreto para conservar su autoridad ética sin suscitar odios ni cancelaciones, implicándose con serenidad en los grandes (o pequeños y cotidianos) problemas de nuestro tiempo?
R. Autoridad no es una palabra que me guste, en ningún sentido. Mi oficio es escribir, libros o crónicas, y procuro hacerlo con integridad y plena atención a las cosas que observo y a las palabras con que escribo sobre ellas. Me niego a insultar igual que a callar cuando creo que tengo que decir algo. Hay una frase de Joseph Roth en una carta que me gusta mucho. Dice, hablando de sus novelas y de sus ensayos y crónicas, en aquellos horrendos años 30: "Quiero pintar el retrato de mi tiempo".