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José Enrique Serrano: el discreto dueño de las palancas del poder al que recurrieron todos los líderes socialistas s1g6s
Muere uno de los políticos más importantes desde la sombra, negociador de acuerdos de Gobierno y de traspasos de poder y consejero de dirigentes del PSOE. 5mt1i
José Enrique Serrano (Madrid, 1949) era la concreción perfecta de lo que siempre se ha llamado un “hombre de Estado”. De los que ya casi no hay en la política española. El hilo conductor de los gobiernos desde 1982 y, especialmemte, de todas las etapas del PSOE.
El socialista, fallecido este martes, es uno de los políticos más importantes e influyentes en la política reciente de España y, al tiempo, era un completo desconocido para la mayoría de los ciudadanos. Porque su actividad estaba más en las cocinas del poder, en esa política de los acuerdos, de las estrategias, de la ejecución discreta y también de la astucia, muy alejada del espectáculo efímero y la declaración estridente que ahora domina el escenario político.
José Enrique (con su nombre compuesto valía para nombrarle en el mundo político) fue jefe de Gabinete de Felipe González y luego de José Luis Rodríguez Zapatero. Ha sido uno de los políticos más poderosos desde la discreción, desde las sombras del poder que dominó. Todos los líderes socialistas recurrieron a él en algún momento.
También trabajó con Joaquín Almunia y, sobre todo, con Alfredo Pérez Rubalcaba, el líder socialista al que probablemente más se parecía. Ambos disfrutaban con esa política del acuerdo, a veces del engaño estratégico y astuto, pero también de una cierta responsabilidad para preservar instituciones. Es decir, un modelo que se llevó por delante la llamada nueva política y que ahora ya no se ejerce apenas.
Rubalcaba y José Enrique compartían formas de negociar cargadas de habilidad, dureza, astucia, intuición y unas dosis de maldad, pero sabiendo siempre dónde estaban sus líneas rojas.
Explicaban que cuando se sentaban en una reunión lo primero que pactaban eran las discrepancias insalvables y cómo aislarlas, lo segundo era acordar qué se comunicaba a la salida y luego ya entraban en materia. Lo fundamental, decían, es ir siempre varias jugadas por delante del que tienes al otro lado de la mesa.
Todos los líderes socialistas han recurrido en algún momento a él por su capacidad de negociación y por su conocimiento de los resortes del poder. El último fue Pedro Sánchez que recurrió a él en febrero de 2016 para negociar su primera investidura en un momento difícil por la enorme fragmentación del Parlamento. Esa negociación no prosperó finalmente.
José Enrique estuvo detrás de los grandes acuerdos, pero también de los traspasos de poder entre los distintos presidentes del Gobierno. Por ejemplo, la difícil transición de José María Aznar a Zapatero en 2004, tras la conmoción de los atentados del 11 de marzo y la inesperada victoria del PSOE.
Él asumió las conversaciones con el equipo de Aznar, hasta el punto de tejer para siempre una buena amistad con algunos de ellos, por ejemplo, con Carlos Aragonés, mano derecha del expresidente del Gobierno del PP, pese a la tensión de aquel momento.
José Enrique dibujó un organigrama del futuro Gobierno, poniendo sobre el tapete todos los cargos que había que cubrir, todos los procedimientos para asumir el poder en un momento tan difícil y las opciones de equipos que había que constituir. Y al tiempo dirigía la gestión de toda la infraestructura con los detalles más nimios de los muchos que hay que manejar en un cambio de Gobierno.
Era un gran jefe de fontaneros, cuando ser fontanero en política no significaba como ahora manejar y chapotear en las cloacas, sino servir desde la sombra al jefe de Gobierno y hacerle la vida más fácil. Además sabía hacer equipos eficaces, con altos funcionarios tan fieles y astutos como Enrique Guerrero y otros.
Lo que en países de Latinoamérica se llama “monje negro”, ese asesor, ejecutor, hombre para todo, estratega y persona de máxima confianza que requieren siempre los líderes. Pero de los que huyen de los focos y se quitan importancia, porque su objetivo es hacer más grandes a sus líderes y no a ellos mismos. Lo contrario de los muchos que hay ahora, que siempre se encargan de hacer saber que están detrás de una decisión del líder para el que trabajan.
De las negociaciones difíciles y discretas que encabezó destaca una de las que le encomendó Felipe González, en el declive de lo que se llamó "el felipismo" a principios de los 90, con Mario Conde y el abogado Santaella como interlocutores, que intentaron pactar su impunidad a cambio de los llamados "papeles de Perote" en los que se recogían graves ilegalidades del CESID, antecedente del CNI.
Fue también diputado por Madrid en la X Legislatura (2011 a 2015) y fue elegido presidente de la Comisión de Presupuestos con el Gobierno de Mariano Rajoy. También en ese cargo participó en negociaciones interminables y tediosas sobre enmiendas y plazos de las cuentas del Estado, de nuevo ejerciendo esa vieja política de Estado.
Era de los diputados que, como Francisco Fernández Marugán o Vicente Martínez Pujalte, estaban educados en la dura lucha política, pero haciéndola compatible con una cortesía parlamentaria que se fue con ellos del Congreso.
Por ejemplo, como entonces no había voto telemático, no era inhabitual que los dos principales partidos, que sumaban la inmensa mayoría de la Cámara, se hicieran pequeños favores, como hacer salir a diputados en las votaciones si les faltaba alguno por razones de fuerza mayor, como una enfermedad.
José Enrique era además un consejero siempre dispuesto para cualquier diputado o dirigente socialista. Le tenían como una especie de teléfono de la esperanza para consultarle cualquier asunto.
También para los periodistas era un libro gordo que aportaba siempre herramientas para el análisis y una visión de la estrategia política que estaba al alcance de muy pocos.
Así ha sido hasta hace muy poco, cuando ya todos sabían que se encontraba mal y apenas contestaba con un débil hilo de voz al llamarle para una nueva consulta.
Su potente voz ronca hacía tiempo que le había abandonado, pero su clarividencia, su elocuencia y su amabilidad se mantuvo hasta el final. También mantuvo la lealtad a su partido y, por eso, callaba sobre lo que no le gustaba del momento actual.
José Enrique era un fumador compulsivo y empedernido.
Al margen de la política fue profesor de Derecho del Trabajo en la Universidad Complutense de Madrid, donde ejerció también como secretario general. Y en su actividad pública dio sus primeros pasos como director general de Personal del Ministerio de Defensa.
El Consejo de Ministros le concedió hace meses la Medalla de la Orden del Mérito Constitucional "como premio a su actividad al servicio de la Constitución y de los valores y principios en ella establecidos”. Fue a propuesta del ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños.
La política española, el Congreso y todos los sectores del PSOE echarán de menos a José Enrique. Todos le echaremos de menos.